Úrsula

Úrsula tenía un sueño: convertirse en una glamorosa actriz sobre el escenario del Teatro Municipal y desarmar de emoción a las más distinguidas autoridades y a las mayores estrellas del momento. Su fantasía cobraba visos de realidad cuando la dibujaba, a escondidas, con el lápiz labial de su madre sobre las esquelas que a hurtadillas le robaba a su hermana. Luego, las doblada y las conservaba muy discretamente en su tesoro más preciado: la enorme colección de Écran que, edición a edición, su madre se encargaba de engrosar. Ella algo sospechaba: había visto a Úrsula vestida con alguno de sus trapos, el collar de perlas de la tía abuela, el rímel mal maquillado en la cara. Aunque hacía caso omiso, sólo le pedía que se quitara "el disfraz" antes de que su padre, un marino severamente castigador, llegara de improviso. Pero una tarde Úrsula no tuvo tiempo de desmaquillarse y desnudar al Gonzalo de siempre. Su padre llegó antes a casa y Úrsula sólo pensó inocentemente en sorprenderlo: "Papá, ¿te gusta cómo me veo de estrella de cine?, mira que lindas están mis uñas y mis labios, como los de Úrs....". No alcanzó a terminar. Su padre, furioso, lanzó a un lado el maletín, cogió a su hijo por los hombros, lo sacudió mientras gritaba algo incomprensible para el pequeño, bajo los efectos del miedo. Entre los gritos de su madre, los puños de su padre destruyéndole los labios, la sangre que descorría la sombra y el lápiz labial, las cuentas del collar de perlas convertido en pequeñas bolitas saltarinas en el suelo... sólo cabía evadir el dolor y refugiarse en la tibia quimera de convertirse en Úrsula, la gran actriz italiana que fue aplaudida a rabiar desde las fastuosas tribunas del Teatro Municipal de Viña del Mar.