miércoles, 19 de marzo de 2008

Lavanda


Los adoquines sueltos no podían con su equilibrio. Ella y sus tacos siempre altos habían evadido obstáculos aún peores. Lo sabía. A sus 45 años conocía bien de la noche y las trampas del puerto. Entendía, por ejemplo, cómo evadir una jauría de perros espontánea. Comprendía cuánto costaba subir en taxi hasta el cerro Florida, si aplicaba algo de coquetería al conductor, a través del retrovisor. No fallaba. Y cuando las dificultades se hacían mayores en sus ojos café oscuros, lo que hacía era subirse la pollera, buscar alguna cicatriz y tocar por largos minutos ese tejido tan distinto. Esos cortes que le recordaban la infancia, los ataques, los sufrimientos, los cuchillos, las amenazas. Algunos los había abierto ella misma. Había otros que los había recibido... Daba igual. Pesaba más en su cabeza el trámite de los martes. Llegaba hasta la perfumería de Plaza Matriz. Saludaba sonriente a la chica nueva que atendía la Casa de la Limpieza. De forma casi automática, olía las ceras rojas y amarillas y luego sacaba su botella de Crush de medio litro. Le pedía a la vendedora que la rellenara de Lavanda. Las otras pedían otros aromas. Pero ella quería competir distinto, con el mismo perfume que le recordaba a su madre, cuando la arreglaba hermosa, con aros pequeños y una partidura perfecta para ir a la escuela y le decía al oído que "esperaba lo mejor de su morenita linda". Lavanda usó la primera vez, con un marino francés, que hedía un penetrante alcohol y tabaco. Ella pudo neutralizarlo con algunas gotas de su perfume favorito. Lo mismo haría desde entonces, cada vez que apagase la luz. Lavanda siguió impregnando para siempre sobre cada nueva cicatriz.

5 comentarios:

Sonita dijo...

por qué siempre buscamos enconder algo feo, doloroso con la belleza, o, en este caso, un toque de aroma lavanda?
el ser humano es a la vez complejo y fascinante..
como siempre, tus letras me transportan, me cuentan historias que largo tiempo rondaran por mi mente...

un besito con cariño

Tristancio dijo...

Me contaste la anécdota originaria... y la convertiste en una bella historia.

Y vaya... la vida puede ser bien "puta" cuando quiere.

Pero las putas la perfuman sin rencor. La sordidez huele a lavanda por las calles del puerto.

(Me gustaría tener el coraje de una puta).-

Abrazo.-

ALE dijo...

me la imaginé escapando de los perros con taco, esquivando hoyos jhajajjaja... tus cuentos siempre tienen detalles tan reales...

sabi qqqqqqqqqqqqq... desconozco la lavanda xD

cuidate


ALE:)

Anónimo dijo...

la imaginación con los aromas es cierto, a veces, si siento un olor, perfume o algo que me haga recordar una situación del pasado, wow, puede ser bueno y a veces malo. Pero para mí, hay aromas que no olvidaré nunca :D como por ejemplo el perfume... es como una presentaición que uno deja y que yo jamás olvidaré ;)

buena historia.

LoOla dijo...

La lavanda siempre me recordó a la ternura...

Besos brujos!