
Estaba todo en sus mapas. La señora sin dientes que sonreía sus vacíos desde la ventanilla del kiosko le diría algo incomprensible, compraría "La Nación", una lata de Coca-Cola y cigarrillos. Miraría a la izquierda. Evitaría recordar. Las calles no eran una mala evasión, después de todo. Las verderas que recorría solo ahora...
La luz verde que proyectaba a ese hombrecito en posición de caminata estática lo despertó. Hacia él venía una multitud anónima, embebida en sus extravíos. Él, hombre de pocas palabras, decidió que era el momento de volver con los otros. No podía permitírselo. Retornó cabizbajo. Algo había cambiado en el primer paso atrás. La valentía no había sido "inventada" para tipos como él. Un sorbo a su Coca-Cola y otros pasos para calmar los latidos. Lloró sin soltar lágrimas y se rindió. El hombrecito del semáforo seguiría ahí, tan libre, en el recuerdo más lúcido de su memoria.
2 comentarios:
Ahora que me lo explicaste, lo entiendo mejor, y me encantó la manera en que pusiste al personaje en esa situación, y como trata de salir de ella sin éxito...
Un abrazo Manu, y ya sabes que me gusta la manera en que escribes :)
La última frase consigue darle un toque de ternura al relato, como siempre en tu tinta, realista, realista. Da la sensación de que cuando te pones a escribir te sale solo jeje.
Besos brujos!
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