viernes, 4 de enero de 2008

El retorno de Alicia


No sabía si reír o llorar. El avión volvía a aterrizar en Santiago. El aeropuerto estaba completamente distinto al pequeño terminal aéreo de hace 30 años. Ella también había cambiado. La última vez que estuvo en ese lugar dejaba para siempre la apariencia hippie de Alicia por la de Isabel, el personaje que debió forjar a pulso en las labores comunicacionales del partido. Había dejado de ser la que había sido por 23 años. Y en ese cambio de piel se fue la voz suave, el gusto por los Beatles, la ropa violeta y los aros y gafas enormes.
A diferencia de Alicia, Isabel había sobrevivido al cambio. En las calles de Moscú el capitalismo había derrumbado toda noción del partido. Las vitrinas repletas de modernos televisores, la publicidad de Mc Donald's surcando los cielos grises de la capital rusa en un zepelín, las modas occidentales... era demasiado para Isabel sentir que la derrota era real y cotidiana, que las ideas de perestroika habían excedido con vehemencia sus propios bordes.
De Rusia volvía con un puñado de fotos de Serguei. Ese ruso corpulento y altísimo, de grandes ojos azules y piel curtida, que había servido para la agitprop, y con quien se había casado a un mes de conocerlo. Lo que había sido una instrucción del partido, terminó cediendo al deseo real. Se enamoraron perdidamente, por lo que no fue, entonces, un gran desafío interpretar a esa chilena que huía del exilio y buscaba refugio por la muerte de toda su familia en manos de los militares. Isabel sabía bien que Alicia sólo había abandonado Santiago porque era necesario combatir al enemigo desde fuera para ayudar a los que luchaban en el corazón del sistema.
Ahora que Serguei había muerto, nada la ataba con Moscú. Sus hijos se habían ido a Georgia y a Hungría. Estaba sola en el pequeño departamento donde nunca funcionó la calefacción. La inmensidad se hacía mayor porque sus sueños se habían ido con los colores de la nueva Rusia.
Isabel volvía a otro Chile, consumido por el americanismo y el mal gusto. Su país de pueblo, con olor a chimeneas, carbón, albahaca y queso fresco se había ido para siempre. Al bajar del avión decidió dejar atrás los estribos que la ataban al largo paréntesis fuera de su memoria. Decidió que volvería a ser Alicia. Se soltó el pelo, se quitó el maquillaje y dejó el viejo gorro negro de astracán olvidado -a propósito- en su asiento. Salió del aeropuerto y respiró profundo una, tres, ocho veces. Isabel se iba de vuelta a Europa. Alicia se prometió a sí misma que no miraría nunca más hacia atrás.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso cuento.... Fue un privilegio haberlo leído.Lo enconté re-espeanzador . Me hizo contactarme con mi esperanza, mis desesos de irme siempre re-inventando re-constituyendo como Alicia. ¡¡¡ fELICITACIONES¡¡--
Lucy Erazo Escobar

la entrada liberada dijo...

fue curioso leer: "donde nunca funcionó la calefacción" y sentir un frío desde el cuello hasta los muslos...
Viaje desde la infancia, hasta su ya entrada edad, aun no se si como Alicia, Isabel o yo misma, metiéndome un poco en un futuro incierto.

Un abrazo!

ALE dijo...

Me gustó el cuento...
Volver a casa...pese a la carencia del olor a queso fresco y con un MC Donald en cada cuadra debe haber sido igual de lindo para ella...


ALE :)

Violeta z dijo...

Alicia tiene que volver al Violeta para volver a liberarse... jejejejejejejeje!
Me dio pena lo del amor que dejó atrás... No enfrento bien la muerte, hijo!
Besos

MZ

Claudia dijo...

gracias por tu comentario, tienes un blog interesante, te leeré más seguido!

un abrazo!

Tristancio dijo...

Sin embargo, nunca se regresa... todo lo que viene es la continuación del mismo viaje.

Tal vez, sea éste nuestro conflicto, no poder regresar ni al tiempo ni al espacio, donde alguna vez creímos ser felices.

Y nada, siempre quedan palabras esperando (y miradas ciegas).

Saludos.-