lunes, 31 de marzo de 2008

Sebastián


Sebastián coge una toalla seca y la desliza por su cuerpo como si fuese una lengua enorme que lo esconde de su desnudez. Le gusta mirar cómo se disipan las gotas de agua por sus vellos, cómo todo vuelve lentamente a su lugar. La limpieza, la estructura, la exactitud... el orden obsesiona al arquitecto de 38 años que vive solo en un piso minimalista y frío, casi sin muebles, y repleto de planos, maquetas y lápices.

Frente al espejo mira su cuerpo como si fuese un objeto ajeno a sí mismo. Le atormenta la idea de envejecer, de perder la musculatura ganada a punta de horas en el gimnasio y complementos alimenticios. Le gustaría que más de una vez al día le dijeran lo guapo que está. Se lo dicen, pero él necesita más. Su vanidad es, a la vez, la mayor de sus debilidades.


Sabestián arroja la toalla. Avanza hacia el dormitorio y escucha el último disco de Madonna. Lo sigue con los labios en silencio. Coge una camisa que compró en Buenos Aires y sobre la cama comienza a vibrar su teléfono móvil. Dice "Sergio". Sebastián lo escucha, no lo contesta. Sigue sonando, pero él, indiferente, intenta elegir una corbata. Su cabeza está en eso. El móvil suena nuevamente. "Oficina", reza. Sebastián se viste con parsimonia. Camina a la cocina. Prepara desayuno: cereales, tostadas y jugo de naranja light. El teléfono sigue con su ring monocorde. Sebastián ignora quien llama. Le preocupa morder su rebanada de pan negro sin derramar migas molestas en su cocina perfectamente limpia. Le inquieta ingerir sus alimentos en 33 mascadas, según aconseja su libro de medicina oriental.

El teléfono no cede. Sebastián se aprieta los dedos. Madonna zumba en sus oídos. El teléfono grita en su ring ring ring...incesante............... Sebastián cierra los ojos, respira profundo. Coge el vaso de jugo y lo lanza en contra del ventanal. Aprieta, luego, una tostada y disgrega las migas por la cocina. Abre el refrigerador y lanza la caja de leche descremada por las paredes. Sigue con el sofá... los destroza con el cuchillo de cocina hasta desnudarlo en sus algodones. Mancha el fino tapiz con mostaza. Quiebra finasbotellas de vino en contra del televisor de plasma. Y el teléfono móvil, el carísimo regalo que le trajo Sergio de Nueva York se convierte en un proyectil de libertad que se dispara desde el noveno piso donde vive. El aparato atraviesa su campo visual, con la cordillera de fondo... y cuando se aleja, lo mira con los ojos cargados de malicia y placer. Sólo la inquietante alarma de la puerta del refrigerador abierta logra despertarlo. Rápidamente, Sebastián sacude la cabeza, limpia los primeros destrozos y, con una leve sonrisa grabada en los labios, decide que es hora de continuar....

5 comentarios:

Sonita dijo...

wow, qué vira-vuelta en el relato! excelente! me encanto!
lo qué hizo Sebastian, a veces a mi se me antoja cuando pierdo los estribos... me obligo a dominar mi furia que entonces se transforma en un derrame, incontrolable, interminable, de làgrimas....
un besito con cariño

ALE dijo...

no existe posibilidad de q me consigas una cita con el protagonista del cuento xD

AJAJAJAJAJA

me gustó :) pude imaginar su depto y su forma de calcular todooo.. genial...

y lo peor es q es un ser tan real.. fácil de encontrar en todos lados :)

yaaa... me voy

cuidateee


ALE:)

Anónimo dijo...

hum... este es como parte de la vida real y parte de lo fantasía imaginaria. veo según yo que algunas cosas se parecen a 1 tal personaje, pero bueno, a veces las cosas son así, quizás hay que actuar más que solo pensar....

hacer es mejor que no hacer.

salu2 manu

Tristancio dijo...

Si un ataque de ira fuera la solución de nuestros desencantos, creo que me faltarían objetos para romper y tostadas que triturar (y claro, plasmas y celulares de última generación).

Creo también, que si nos ponemos a ordenar apenas terminada la rabia, puede que hasta el desencanto vuelva a ocupar su lugar, junto con esa pulcritud enfermiza. A veces es uno mismo quien debe desintegrarse como migas de pan, para empezar otra vez... con otro orden, un orden nuevo.

En fin... si los recuerdos se fueran con un celular que cae, si con esa caída se olvidara también el número, entonces la ira tendría sentido.

Saludos.-

Víctor Sampayo dijo...

Agradable sorpresa haber encontrado este blog al ir discurriendo por la red. Un brindis por los cuentos peregrinos, y si no le importa, me tendrá husmeando bastante seguido por aquí.

Saludos.